Viajan seis horas por día en lancha, para enseñar y aprender

LUNES, 28 de agosto 2017.- Para ir a dar clases a la tercera sección, perteneciente al municipio de San Fernando, las maestras llegan a la Estación Fluvial de Tigre a las 8.15 de la mañana, 15 minutos antes de que salga la lancha colectiva. Solo el viaje de ida dura dos horas y media y -si no hay ningún imprevisto- van a pasar once horas hasta que vuelvan a sus casas.

Julieta Luna se levanta todos los días a las 7 de la mañana en Virreyes. Prende la hornalla para hacer el mate y de paso apaciguar el frío del invierno que se mete por los huesos. Desayuna, repasa los contenidos de la clase del día y toma un colectivo que en media hora la deja a un par de cuadras del sector de embarcaciones de Tigre.

Arranca bien temprano porque no puede perder la lancha colectivo que la tiene que dejar -si el nivel del río es óptimo- a las 11 de la mañana en la Escuela N°11 Bernardino Rivadavia, justo a la hora en la que los estudiantes toman un desayuno rápido y empiezan la primera clase de Lengua y Ciencias Sociales.

Los chicos desayunan, almuerzan y meriendan en el colegio. La Provincia de Buenos Aires manda los miércoles la comida y los bidones de agua los lunes. La dieta es variada. Comen cereales lentejas, arroz, fideos, pizza, milanesas. “La cocinera es un amor, cocina muy bien” dice a Télam Jorgelina Dalcapellio, maestra de primer grado, mientras repasa los temas que preparó para la clase.

Para dar clases en las aulas no solo alcanza con la buena voluntad. Dependen del nivel del agua para poder entrar a las escuelas. En alguna escuela de la zona ha pasado que, cuando el nivel es bajo, los troncos y ramas pueden romper la lancha, que en esos casos se transforma en aula. Para evitarlo, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires está haciendo el dragado para sacarle barro al Delta. En teoría, cuando se termine la obra, no va a pasar más.

Julieta es maestra de segundo y tercer grado. Ella y sus compañeras de trabajo aprovechan el viaje para descansar un poco, tomar mate, comer facturas y también dar clases y resolver dudas que planteen los alumnos. “Man-te-ca”, le dicta a una alumna isleña de segundo grado que está aprendiendo a escribir.

No hay campera o bufanda que aguante el frío crudo del invierno en el Delta. Si bien las escuelas están en buenas condiciones edilicias, suelen tener problemas de calefacción y, sumado a la humedad, el clima afecta el dictado de clases. El Consejo Escolar de San Fernando hizo un relevamiento y mandó gasistas. Algunas estufas fueron arregladas y prometieron comprar las que faltan.

Como el trabajo demanda todo el día las maestras no pueden tener dos cursos. Por eso, el salario es un poco más del doble de lo que cobra una docente de planta urbana. “Es muy bueno, sino nadie querría trabajar acá y no se cubrirían los cargos”, explica Lucía Cendón, directora de la escuela N°11 Bernardino Rivadavia, ubicada en la intersección de Paraná Miní y Arroyo Chana. Tiene 45 alumnos y es una de las escuelas más grandes de la zona.

La jornada escolar está dividida en dos bloques. La primera es la más larga, abarca desde las 11 hasta las 13. Después paran media hora para comer y otra media hora de recreo. La última clase la tienen de 14 a 15.30. Entre los bloques se reparten Lengua y Ciencias Sociales, por un lado, y Matemática y Ciencias Naturales, por el otro.

Los cursos son plurianuales, agrupan a dos años o grados en uno. El contenido es el mismo pero con distinto nivel de conceptualización. Cada tema enseñado se evalúa con más complejidad para los alumnos más grandes. “Es toda una tarea, pero facilita que es una atención personalizada”, dice Julieta.

Si bien hay centros culturales, como el Felicaria, donde hay actividades extracurriculares, son pocos los alumnos que tienen movilidad para ir. La lancha colectiva es gratuita para los alumnos. La paga la Dirección General de Cultura y Educación del municipio, pero solo está contemplada en el viaje de ida y de vuelta. Si necesitan ir a otro lado por fuera de esos dos viajes el boleto sale 250 pesos, un valor al que no pueden acceder las familias que viven más que nada de la tala de árboles en el monte.

Cuando el sol se esconde, y las maestras llegan a sus casas con toda la jornada laboral encima, en vez de descansar u ocuparse en asuntos personales, siguen trabajando. ”Cuando llego a casa tengo que entregar y relevar un montón de cosas por mail porque en la escuela no tenemos Internet. Antes había pero cuando se dio de baja el Arsat 2 dejamos de tener el servicio”, explica Lucía.

Si venís acá tenés que tener una predisposición total. Si tenés hijos no llegás. Los fines de semana descansás y te dedicás a la familia. Es muy demandante el trabajo”, concluye.

Telám

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